El aula Rodolfo Walsh (ex 60) donde se reunió la nueva conformación del Consejo Académico (CA) para elegir a lxs directorxs de Departamentos estuvo organizada militarmente. La puerta grande cerrada y trabada con sillas, mientras que la puerta pequeña estaba obstaculizada por estudiantes de HXEP, lxs que se dedicaron a provocar a quienes asistieron para manifestar una posición disidente. Desde el pizarrón hacia la mitad del aula se dispusieron la decana saliente, Silvia Sleimen, los secretarios y lxs consejerxs, también estaba entre los asistentes el Decano entrante, Enrique Romanín. En la mitad del aula, se dispuso un cordón de seguridad con sillas de lado a lado, sin distanciamiento y sin pasillos, para no permitir el paso a nadie ajeno a la gestión de la Facultad. Afuera, estudiantes, graduadxs y docentes de Geografía y Filosofía junto a miembrxs de la comunidad universitaria que acompañaron el reclamo solicitamos en reiteradas ocasiones que se nos permita ingresar a la sesión para expresar nuestro posicionamiento. Lo más explícito de la situación se dio en el “¡no!” al unísono que expresaron en un grito unido lxs consejerxs y adherentes a la gestión cuando una compañera graduada solicitaba la palabra. Lo que perpetraron: votaron en contra de lo que decidieron los Departamentos opositores que habían ganado las correspondientes elecciones e impusieron a sus propixs directorxs (Enlace al video de la sesión).
En respuesta a estos atropellos, a las mentiras que esparcen sistemáticamente y al odio que destilan, les compartimos un análisis.
La miseria de Humanidades
Así como sesionaron, así conciben la política. Cerrada sobre sí misma, endogámica, chiquita, de léxico monocorde. El peligro de esa concepción, en términos prácticos, viene asomando hace rato. Más de uno se ha apresurado a hacerse con su carné de oficialista para no encontrarse con algunas puertas cerradas en cuestiones de oposiciones a cátedras, grupos de investigación y demás organizaciones dentro de la comunidad académica. Más de unx habitamos nuestro ámbito laboral con el temor de perder el trabajo. O conservarlo a costa de perder la dignidad. Si, parece exagerado, pero ya hay compañerxs cesanteadxs -para darle su lugar a un cliente– que contaban con más de 10 años de antigüedad en la docencia, ya hay compañerxs que guardan su disidencia para el ámbito privado por miedo a la represalia o a ingresar en la lógica de lista negra que no genera más que agregadxs, señalamientos de lo que falta. Y es que la endogamia política y el sistema clientelar se entienden perfectamente. Así, lo que viene ocurriendo en Humanidades -profundizado y sistematizado por la gestión de Sleimen y ahora de Romanin- es que las decisiones del aparato administrativo de la Facultad se utilizan para obtener beneficio privado, ya sea un cargo, ya sea la propia carrera política -que también es un cargo, por cierto-. Allá lejos quedaron aquellos fines nobles de la educación pública, inclusiva, para el pueblo. La patronal —la gestión de Humanidades en este caso— toma decisiones que favorecen a sus clientes, no importan las normas de acceso a los cargos públicos, no importa la calidad educativa, no importan lxs profesionales que formamos, solo que quienes ingresen compensen con la perpetuación en el poder del funcionario implicado o de su entorno y a la larga se vuelvan también esxs funcionarixs. La relación se fortalece con el lado oscuro de la lógica: la amenaza constante de utilizar esa misma capacidad de decisión para perjudicar a quienes no colaboren con la gestión.
Sea como sea, de lo que se trata es de una gigantesca miseria, no solamente económica, sino integral. Su gestión se reduce a la distribución de esa miseria, que ha sido miseria desde siempre. Porque no proyectan luchar para que haya más de todo, proyectan cerrar cada vez más el círculo de quienes reclaman una parte. En lo que atañe al presupuesto, por ejemplo, el dinero liberado de la jubilación es una buena excusa para lxs administradores, jamás para resolver cuestiones estructurales, sino para sostener la escasez que lxs hace existir y reproducir(se) como sector de poder, como camarilla. La miseria económica es condición de la miseria integral. Sacar concursos abiertos, con juradxs externos –o al menos que no sean parte de la camarilla– en las variadas áreas de las disciplinas, implicaría admitir en las carreras el ingreso de otras voces, otras orientaciones políticas, otras líneas de pensamiento. Su propia concepción política de la academia que entiende el saber como una propiedad del claustro, –claustro proviene de la palabra latina claudere cuyo significado es clausura– donde se dictamina el qué y el cómo del conocimiento; los lleva a ver la democrática distribución del presupuesto público –que ya es antidemocrática desde el momento en que es una miseria–, como una terrible amenaza.
Pero aún al margen de tales consideraciones sobre los profundos miedos de la camarilla que nos gobierna/administra; su política atenta de manera brutal contra la normalidad del trabajo académico en general. Significa el desmantelamiento de cátedras enteras, de equipos de investigación, de colectivos de producción intelectual. Vale decir: no se trata tan sólo de los directamente golpeados, lo que ya es suficientemente grave. Es toda la comunidad universitaria (docentes y estudiantes), es toda la práctica vinculada a la creación de saber la que sufre un empobrecimiento desastroso.
Golpe blando o de cómo imponer autoridad cuando la comunidad no te elige en las urnas
Desde 1983, en el ámbito institucional de Argentina, hay un contrato tácito básico: el resultado de las urnas se respeta. Aparte quedan las discusiones de cómo se construye la lógica electoralista, de cómo se construye la ciudadanía en las facultades y de otros problemas derivados. Ése sería un salto cualitativo en la discusión política acerca de cómo profundizar la participación democrática, lamentablemente hoy tenemos que discutir lo básico de una democracia representativa. Los resultados del proceso post-electoral durante el cuál se realizó la elección de Directores de Departamentos bajó el piso de la discusión. El punto básico de acuerdo era que la cantidad de boletas de un color que salen de la urna, definían quiénes ocupan los cargos: ésto ya no es así en Humanidades. Uno puede ganar la mayoría en las elecciones de Departamento y, sin embargo, perder (perder ganando le dicen ahora).
En este punto aparece la gravedad del espíritu político de la medida, tal como se indicó antes, pero también surge la cuestión legal y su aprovechamiento.
La gestión de Humanidades y el sector que impuso a la nueva (vieja) gestión del Departamento de Filosofía se ampara en un artículo del Estatuto en el que indica la modalidad en la que se llevará a cabo la elevación de las propuestas desde el Departamento en cuestión al Consejo Académico:
ARTÍCULO 107.- El Consejo Departamental elevará al Consejo Académico o Directivo una lista de como máximo tres (3) candidatos a ocupar el cargo de Director. En dicha lista se fundamentarán las postulaciones, presentando un currículum vitae detallado de los candidatos y sus propuestas para el desarrollo de la gestión. El Consejo Académico o Directivo designará al Director en base a la propuesta elevada.
No obstante, se omite la subsiguiente contundencia del artículo 111:
ARTÍCULO 111.- El Consejo Departamental se constituirá en la autoridad máxima del Departamento y en el organismo de discusión de todo lo que haga a la actividad del mismo. En cuestiones internas del Departamento, podrá tomar decisiones ad-referéndum del Consejo Académico o Directivo, según corresponda.
Es decir, desde un análisis técnico, el artículo 107 describe cómo debe ser la mecánica en la elevación de posibles propuestas de dirección, pero incluso siguiendo la lógica del mismo se desconoce el asesoramiento del CAD pues no se cumple lo que indica en su cierre: «designará en base a la propuesta elevada». Se elevaron las que se presentaron y se indicó cuál fue la que recibió más avales (la de Parente en Filosofía y la de Mantovani en Geografía). A su vez, siguiendo un orden lógico en la exposición, el artículo 111 agrega que el CAD es la autoridad máxima del Departamento en todo lo que haga a su actividad, esto incluye, naturalmente, la decisión sobre qué proyecto de dirección se elige para la carrera. Es importante resaltar que las normas no son enunciados aislados, atómicos, es un texto con coherencia, con un ordenamiento, digamos que uno puede hacer una lectura particular de un artículo, pero un estatuto es un texto de interpretación holista, los enunciados se encuentran concatenados. De ahí la importancia del 111 y la inexistencia del artículo que dice que los departamentos son «solo asesores». Además, hay que agregar que el 111 incluso llega a indicar que el CAD podría tomar decisiones ad-referéndum del CA. El resto, es la formalidad organizativa que siempre se cumplió en Humanidades, los CADs proponen, el CA refrenda. Así siempre fueron los usos y costumbres hasta que la saliente Decana Sleimen declaró a los Departamentos de Filosofía y de Geografía como departamentos “conflictivos” (básicamente porque no hacían lo que se les decía que tenían que hacer y discutían la legalidad y los direccionamientos políticos de la Facultad). A partir de ese momento, las decisiones neurálgicas para la organización de estas carreras pasaron a modificarse sin excepción en el CA. Los usos y costumbres de Humanidades hablan por sí sólos, inclusive se llevan a cabo con otros Departamentos en la actualidad, tal como lo indica el derecho consuetudinario.
Por otra parte, en el marco de la UNMDP, se puede observar cómo se dieron las cosas en un caso similar con algunos de los mismos actores reacomodados en diferentes posiciones. En el Colegio Illia parte del sector kirchnerista vinculado a la conducción de Humanidades, tras enfrentarse y ganar por un voto a quienes son sus aliados en la Facultad -la UCR, que allí hace alianza con el PS-, estaba muy preocupado frente a la posibilidad de que el Rector (PS) hiciera lo mismo que ellos hicieron con Filosofía y Geografía, es decir, designar al candidato a Director que perdió las elecciones. Finalmente no sucedió, Rectorado respetó los usos y costumbres, dando continuidad al resultado electoral, más allá de que formalmente tenía la posibilidad de designar al contrario. Lo que deja a la vista esta situación es que la exposición de lógicas diferentes para situaciones con el mismo esquema devela la arbitrariedad de una medida tan radical para la organización de una institución pública.
Esto nos lleva al siguiente punto: no alcanza con autoproclamarse algo para serlo. No alcanza con decirse pluralista y demócrata para lograr que sea real. La repetición hasta el absurdo de ciertas fórmulas es algo a lo que la política de los últimos 10 años nos tiene muy acostumbrados, se repite un mantra en el que en primera persona se establecen las propias características. Vemos que si los hechos no coinciden, no importa, se ejecuta la repetición discursiva y se consigue un auditorio que asienta. Ése auditorio es el que está garantizado con el sistema clientelar. Entonces se va completando la rueda. A su vez, ese mismo auditorio está convencido de que defiende la pluralidad y la democracia, porque sin saberlo conscientemente proyectan una hipóstasis: ellxs son la pluralidad y la democracia. Por lo tanto, si son ellxs quienes ostentan el poder, se trataría del reino de la pluralidad y la democracia. Se vuelve absurdo, pues se trata de una autocontradicción: la pluralidad soy yo mismx y quienes me contradicen no son pluralistas ni democráticxs, por lo tanto quedan censuradxs. Con una estructura de este tipo, aprovechando el aparato administrativo y burocrático de la institución, lo cual no es menor, justifican hacia su interior la violación de los resultados electorales y otro tipo de acciones antidemocráticas que han realizado a lo largo de los años.
Por supuesto que una consecuencia inmediata será la deflación del cogobierno departamental. A partir de un antecedente como el último, pierde sentido pensar en los pasos avanzados por la Reforma del 18. Si observamos alguno de sus pasajes para ver a qué cosa se enfrentaron hace más de 100 años, podemos dimensionar el retroceso actual:
Las universidades han sido hasta aquí el refugio secular de los mediocres, la renta de los ignorantes, la hospitalización segura de los inválidos y -lo que es peor aún- el lugar en donde todas las formas de tiranizar y de insensibilizar hallaron la cátedra que las dictara. Las universidades han llegado a ser así el fiel reflejo de estas sociedades decadentes que se empeñan en ofrecer el triste espectáculo de una inmovilidad senil. Por eso es que la Ciencia, frente a estas casas mudas y cerradas, pasa silenciosa o entra mutilada y grotesca al servicio burocrático. Cuando en un rapto fugaz abre sus puertas a los altos espíritus es para arrepentirse luego y hacerles imposible la vida en su recinto. Por eso es que, dentro de semejante régimen, las fuerzas naturales llevan a mediocrizar la enseñanza (…) (Manifiesto Liminar de la Federación Universitaria de Córdoba – 1918).
Injusticia epistémica
La imposición de directorxs ilegítimxs en Filosofía y Geografía no es un hecho aislado, es más bien el corolario de una serie de acciones emprendidas por la gestión de Humanidades contra las gestiones de estas carreras. Durante 4 años, se dedicaron minuciosamente a generar un clima de hostilidad, de ingobernabilidad, llevaron a cabo bloqueos y boicots, iniciaron una campaña de difamaciones y mentiras personalizadas: una verdadera guerra psicológica. No es metafórico, hay compañeros con carpeta médica que han visto afectada su salud física y psicológica y que han sido hostigados, durante los últimos días, con llamados insistentes a sus teléfonos particulares por personas que actualmente ocupan cargos de autoridad. De tal modo, prepararon el terreno para generar una situación en la que imponer un director de su sector sería el modo de solucionar el problema (el problema que ellxs mismxs inventaron) bajo una apariencia de legalidad. No podemos dejar de hacer la comparación con la práctica del lawfare, en este caso al interior de una institución, pero lawfare al fin.
Las acciones antedichas podrían ser entendidas, todas ellas, bajo un rasgo común subyacente: el de la injusticia epistémica. ¿Qué queremos decir con ello? Así como el sexo, la etnia o raza, la clase social, el lugar de nacimiento, el patrimonio económico, entre otras categorías, son variables importantes en la atribución o privación de virtudes epistémicas a los sujetos, también lo es la identidad política. Creemos que tal categoría, dentro del ámbito de la institución universitaria, juega un rol fundamental en los mecanismos de inclusión y exclusión en la producción de conocimiento. Y más aún, juegan un rol fundamental a la hora de atribuir autoridad epistémica a los enunciados que expresan las personas o grupos sociales.
La autoridad epistémica es un concepto a través del cual se expresa la carga de aceptación que se le adjudica a un agente o grupo social en lo referido al valor de verdad de sus enunciados. ¿A quién le creemos lo que dice? ¿Por qué le creemos lo que dice? ¿Todas las personas ostentamos la misma carga de autoridad epistémica? ¿O algunas personas son más creíbles que otras? ¿En dónde radican las fuentes de la autoridad epistémica? Si bien pudiera parecer que la autoridad epistémica depende exclusivamente de las virtudes epistémicas intrínsecas que puedan detentar los enunciados que se estén juzgando, la realidad es que esto no funciona de este modo.
En realidad, lo que sucede es que no juzgamos la autoridad epistémica de personas o grupos sólo en base a si los enunciados que expresan son factibles, verificables o adecuados, por ejemplo, sino que, en esa valoración se cuelan factores extra-epistémicos que actúan bajo la forma de sesgos conscientes o inconscientes.
A las gestiones de Filosofía y Geografía le han sido negada su autoridad epistémica en todo lo concerniente a las disciplinas que organizan, a causa de su identidad política, que no es otra cosa que un conjunto de acuerdos que constituyen el horizonte común de las acciones políticas de un grupo social, el marco común que permiten un modo de organización de la vida en común, en nuestro caso de lo común en el ámbito de la carrera de filosofía.
El argumento oficial, el que se dice y se repite en las sesiones de Consejo Académico, por ejemplo, suele ser que los departamentos son asesores, enunciado que -es menester aclarar- no figura en la letra escrita del Estatuto (en ninguna de sus versiones, ni la anterior, ni la nueva que data del 2017 (enlace al estatuto) y tampoco en el reglamento interno de los Consejos Departamentales (ordenanza interna a Humanidades, del año 1994 enlace al reglamento). La repetición hasta el hartazgo de dicho enunciado tiene un doble movimiento, el de estipular discursivamente el estatus de los departamentos (son sólo asesores) a la vez que deflacionar el propio concepto de “asesor” hasta convertirlo en un flatus vocis. Con todo, las consecuencias pragmáticas que le siguen son aún más radicales, no sólo nos reducen a un apéndice esteril de la burocracia, sino que promueven un criterio de demarcación entre quienes deciden y quienes obedecen, ellxs y lxs otrxs. En suma, lo que nos dicen es: ganen las elecciones, deliberen, discutan argumentos, propongan, pero nada de lo que ustedes digan o hagan es vinculante en nuestras decisiones. Lo que nunca dicen y menos aún repiten -y que sí se encuentra en la letra escrita del Estatuto vigente- es el artículo artículo 111 (citado más arriba) que expresa con toda claridad que el Consejo Departamental se constituirá en la autoridad máxima del Departamento. Y, por supuesto, ante la pregunta para qué, entonces, las elecciones en el seno de cogobierno, nos encontramos también con un rotundo silencio. Todo parece indicar que es la gestión la que debe ganar las elecciones en Rectorado para reformar el Estatuto y eliminar, siguiendo su deseo, las elecciones en los Departamentos de carrera, mientras tanto la medida es de facto y es contra los departamentos disidentes a su política.
Asimismo, y por mor de la argumentación, si efectivamente sólo asesoramos -que lo hacemos, claro, como representantes elegidxs democráticamente mediante elecciones, y concediendo que asesorar sobre cuestiones no es influir en lo más mínimo en las decisiones correspondientes-, cabe preguntarse por qué nuestro asesoramiento es desautorizado sistemáticamente ¿acaso todo, absolutamente todo, lo que hacemos y proponemos está mal? ¿en todo nos equivocamos? ¿son malos todos nuestros argumentos, todos nuestros proyectos? Todo parece indicar que la desautorización es deudora de un sesgo, una especie de axioma de discriminación donde no importa el contenido de nuestras ideas. Es como si dijeran: a priori todo lo que pueda ser dicho y actuado por ese sector está mal, hoy y siempre.
Por eso para nosotrxs no se trata de las normas, de este o aquel artículo, sino de una hermenéutica política de las normas. Allí reside la discriminación y la injusticia epistémica. Allí se cuelan los prejuicios y los juicios extra-epistémicos. Allí nuestra voz es desautorizada. No porque no sepamos de la disciplina, eso no importa, sino porque no nos sometemos a un modo de organizarla. Porque no somos posibles clientes –porque criticamos la lógica misma de lo clientelar-, porque caemos a priori bajo la lógica de la exclusión, señaladxs en la lista de lo que hay que separar, apartar, como más arriba indicamos.
Tal situación se pone en evidencia aún más si tenemos en cuenta que en Humanidades conviven 9 departamentos, cada uno específico de su área disciplinar, y el accionar se ejecuta solo con dos de ellos, Geografía y Filosofía, los únicos dos cuya identidad política la gestión de Humanidades juzga como no alineados, desobedientes y conflictivos -como si el conflicto fuese algo malo en sí mismo y no el carácter intrínseco de lo social-.
Por último, no queremos dejar de señalar que los actos de injusticia epistémica no son abstractos, menos aún lo son sus consecuencias. Causan daños a personas concretas de carne y hueso en su condición específica de sujetos de conocimiento y, por tanto, en una capacidad esencial para la dignidad humana.
Humanidades como productora de subjetividad
Estos procesos de discriminación se van sedimentando en las estructuras de sociabilidad y en las instituciones humanas. Se construyen subjetividades válidas y subjetividades inválidas para habitar la institución pública. A su vez, estos esquemas se replicarán en el estudiantado proyectado por este tipo de docente e investigador. Entonces, se dan modos de ser aceptados y modos de ser no aceptados.
La premisa número uno es no cuestionar a la autoridad. La inmediata consecuencia de su cumpĺimiento cercena de entrada el carácter crítico de la formación. Es inevitable dar cuenta que la construcción de sujetos obedientes y mansos es el proyecto de todo sistema autoritario. Cada vez que se avanza para silenciar voces disidentes, cada vez que se arma una causa para definir disputas políticas, cada vez que se utiliza la legalidad para aplastar manifestaciones opuestas, cada vez que se discrimina y se demoniza al que tiene otra idea de cómo debe funcionar lo público, cada vez que se potencian las burlas frente a la negación de la palabra, se están sentando las bases de un sujeto proclive a las tendencias autoritarias, un sujeto incapaz de salirse de una dinámica instrumental, sin autonomía para criticar o para pensar otros horizontes posibles. Se constituyen, así, en sujetos reproductores, obedientes, a la espera de su premio: cargos para comprar autos, viajar al Caribe y mostrarse en las redes sociales. Y no se trata de que estas cosas sean malas en sí mismas, sino que estos ejemplos se convierten en el objetivo final de esta clase de subjetividad. La reproducción y el consumo. En los casos más ambiciosos, la imagen de intelectual se cimenta con el mismo ejército de obsecuencias, siempre bajo el ala del poder y fundado en la criminalización de la disidencia. Criminalización que siempre tiene la forma de la personalización. Docentes, con nombre y apellido, a los que se les pone la letra escarlata. Con quienes no hay que hablar, no hay que interactuar y deben ser apartadxs porque son el mal encarnando. Increíble, ¿no? pero, usual en Humanidades.
El ejemplo más claro de lo resultante puede observarse en la conducción gremial estudiantil, que a su vez son gestión de la Facultad, formada con este esquema. A la hora de cumplir con el rol de consejerxs en el CA, parecieran, siendo benevolentes, ni siquiera dar cuenta de las consecuencias concretas de lo que votan, de que están definiendo el futuro laboral de personas o la conformación de plantas docentes competentes, ni del poder que tienen sus votos, ni de lo significativo del rol estudiantil como voz propia en un cogobierno. Parecieran desconocer que no están obligadxs a hacer lo que lxs docentes les dicen. Esto no es más que la muestra de que ese poder no fue construído por ellxs. Por el contrario, el poder reside en la obediencia, en la dádiva multiplicada en cientos de cargos públicos en la universidad y fuera de ella. Ya ni siquiera deben hacerse responsables de sus no decisiones, sus cuerpos deben responder a la orden de leer o levantar la mano: fin de la tarea. Luego, quien demuestra mayor ambición será un nuevx encargadx de la próxima cuadrilla y en algún momento podrá decidir a quién le corresponde o no algún cargo.
Asimismo, podemos agregar que en el caso de la votación de Directorxs, decidieron por sobre la voluntad de carreras de las que ni siquiera forman parte, ya que ningunx era de Filosofía o Geografía, sin embargo ayudaron a invertir la decisión tomada por la mayoría de ambas comunidades.
Al final, se terminan metiendo con el trabajo de la gente, decidiendo como patrones de estancia quién trabaja y quién no. Quién no besa el anillo es candidatx a ser desterradx. Así, se meten con el trabajo y también con la vocación de quienes dedican la vida a una disciplina. Intervienen, en un punto más intangible pero no por eso menos verdadero, con las expectativas, con las proyecciones de una profesión, con los sueños, generando el descreimiento y la desvalorización de personas comprometidas con la educación y la investigación públicas. Construyen ejércitos de soldadxs obsecuentes, sin autonomía, sin capacidad crítica sobre las propias prácticas, temerosxs, servidores de la autoridad a como dé lugar. Y ése es el esquema de docente que luego llega a las escuelas para formar a las nuevas generaciones.
A eso juegan con estas políticas que despliegan, pisoteando las cabezas disidentes.
Frente a esa estructura estamos enfrentadxs, al día de hoy ya somos testigxs de cómo comenzó el nuevo reparto de cargos y recordamos otro pasaje del centenario Manifiesto Liminar que resulta muy actual:
Mantener la actual relación de gobernantes a gobernados es agitar el fermento de futuros trastornos. Las almas de los jóvenes deben ser movidas por fuerzas espirituales. Los gastados resortes de la autoridad que emana de la fuerza no se avienen con lo que reclama el sentimiento y el concepto moderno de las universidades. El chasquido del látigo sólo puede rubricar el silencio de los inconscientes o de los cobardes. La única actitud silenciosa, que cabe en un instituto de Ciencia es la del que escucha una verdad o la del que experimenta para crearla o comprobarla.
Por eso queremos arrancar de raíz en el organismo universitario el arcaico y bárbaro concepto de Autoridad que en estas Casas es un baluarte de absurda tiranía y sólo sirve para proteger criminalmente la falsa-dignidad y la falsa-competencia. (Manifiesto Liminar de la Federación Universitaria de Córdoba – 1918).