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Informe de la sesión de Consejo Departamental de Filosofía [Miércoles 10 de mayo – 15 hs.] y algunos apuntes críticos sobre la situación de la carrera.
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Sobre la sesión del CAD y la cuestiones tratadas en el mismo
Después de más de dos meses sin sesión del Consejo Asesor Departamental (CAD) de Filosofía, y con la negativa mediante de Britos y los docentes ante una convocatoria de la mayoría estudiantil hace ya varias semanas, la Directora, el “Ruda”, Acevedo e Iriart, mostraron nuevamente su miseria, que es la miseria de la carrera. Sí, Mariano Iriart está ahí, pegadito a los docentes, sin capacidad para administrar los recursos, pero asintiendo a todo lo que dice el “Ruda” y oficiando de fuerza de choque, mirando fijamente y con desprecio a nuestras consejeras. Sí, ese comportamiento provoca miedo, pero estamos organizados para enfrentar la violencia machista que la gestión permita en el CAD. Pero volvamos a su rol en el espacio del cogobierno: los graduados no tienen representación en el CAD de Filosofía o mejor, el claustro graduado representa a los docentes. También estuvo Bravo, de Mayéutica (HxEP). Estuvo callado la mayor parte del tiempo, interviniendo solamente para confluir con los ataques misóginos de la gestión Radical de la carrera contra las compañeras del Colectivo Mundo x Ganar. Penosa representación minoritaria tenemos los estudiantes.
A pesar de todo, continuamos politizando ese espacio, planteando cada debate, invitando a los compañeros a apropiarse del lugar donde se discuten las cuestiones de la carrera. Aunque la Directora Britos prefiera “discutirlas en un café”, según sus propias palabras. En este sentido, presentamos una nota repudiando el fallo de la Corte que permitía el beneficio del 2 x 1 a los genocidas y solidarizándonos con los sectores que se encuentran en lucha contra los recortes del macrismo en la Educación Pública y en Ciencia y Tecnología. El consejero Iriart votó en contra y los representantes docentes se abstuvieron. Menuda forma de develar el pensamiento de la casta oscurantista que gobierna nuestra carrera. Creemos que el conjunto de la comunidad de la carrera debe rechazar de plano estos posicionamientos de la gestión.
El segundo de los temas centrales, era la liberación del dinero a causa de la jubilación de la Dra. Graciela Fernández. Recordemos que la docente era la titular de Gnoseología y Filosofía Moderna. Los docentes, acompañados por el graduado Iriart, llevaron un papel donde proponían la distribución de ese presupuesto en distintas cátedras sin ningún tipo de fundamento (pueden verla ustedes mismos: Propuesta docente y graduado). El consejero y la consejera por la mayoría estudiantil llevaron(mos) también nuestra propuesta (ver: Propuesta mayoría estudiantil). A ambas se le sumó la propuesta de un sector de graduados que antes habían apoyado la candidatura de Mariano Iriart, pero ahora se los notaba descontentos con su representación (ver: Propuesta Vazquez). Nuestra intención era poder discutir todas las propuestas y unificar los criterios para la cobertura de cargos, teniendo en cuenta como prioritario que las asignaturas Filosofía Moderna y Gnoseología cuenten con profesores a cargo (en este momento solo una de ellas cuenta con un cargo de auxiliar y el docente se encuentra con carpeta médica) pues se hallan “acéfalas” y, además, para que los recursos de la cátedra permanezcan en la cátedra y no se pulvericen en cargos menores, mecánica habitual de la gestión que dista mucho de resolver los problemas estructurales de la carrera.
Los docentes y el graduado se negaron a discutir las propuestas, se negaron a argumentar su decisión, callaron escandalosamente cuando les planteamos la situación de Moderna y Gnoseología, censuraron las voces disidentes o que simplemente pedían fundamentos y procedieron, desconociendo el cogobierno una vez más, a dar por “ganadora” su propuesta. Realmente cuesta entender cómo es que prefieren que dos cátedras no tengan docentes, continúen acéfalas y, sin embargo, utilizar ese dinero para, por ejemplo, sacar dos cargos de Adjunto Parcial en Filosofía de la Historia. Materia de cuarto año que cuenta con 10 estudiantes como mucho y dónde el último año concursaron a los auxiliares que antes habían designado a dedo (Iriart, el propio consejero graduado y su íntimo, Omar Murad). Bah, sí, lo entendemos y es por ello que a la gestión se le hace imposible argumentar. Decir la verdad es explicitar sus mezquinos intereses de camarilla, su hábito a gestionar los pocos recursos que tenemos como si fuese una empresa privada, su profunda aversión a los estudiantes y a la Filosofía.
Nuevamente la sesión fue una puesta en escena, aunque cada vez les cuesta más ocultar su despotismo, sus prácticas antidemocráticas y su perverso gusto por la anulación de cualquier tipo de discusión razonable y racional.
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Defender Filosofía: algunos apuntes críticos sobre la situación de la carrera
Sea como sea, de lo que se trata es de una gigantesca miseria, no solamente económica, sino integral. Su gestión se reduce a la distribución de esa miseria, que ha sido miseria desde siempre (ya en la épocas de Manolo Comesaña como director del Departamento se hablaba del presupuesto adeudado para la carrera –literalmente, sólo hablaba, pues, según sus propias palabras: “reclamarlo era algo muy complejo”–) la miseria de Filosofía. En lo que atañe al presupuesto, el dinero liberado de la jubilación de una docente es una buena excusa para los administradores, jamás para resolver cuestiones estructurales, para sostener la escasez que los hace existir y reproducir(se) como sector de poder, como camarilla, como oligocracia. La miseria económica es condición de la miseria integral. Expliquemos un poco más qué queremos decir con esto: sacar concursos abiertos, con jurados externos –o al menos que no sean parte de la camarilla– en las variadas áreas de la disciplina, implicaría admitir en la carrera el ingreso de otras voces, otras orientaciones políticas, otras líneas de pensamiento. Su propia concepción académica que entiende el saber como una propiedad del claustro, –claustro proviene de la palabra latina claudere cuyo significado es clausura– donde se dictamina el qué y el cómo del (des)conocimiento; los lleva a ver los concursos o, mejor, la democrática distribución del presupuesto público –que ya es antidemocrática desde el momento en que es una miseria–, como una terrible amenaza. Puede parecerles exagerada la comparación con el oscurantismo medieval, pero créannos, en materia de conocimiento no han llegado ni al liberalismo, pues sienten horror por la competencia.
Pero aún al margen de tales consideraciones sobre los profundos miedos de la oligocracia que nos gobierna/administra; su política atenta de manera brutal contra la normalidad del trabajo académico en general. Significa el desmantelamiento de cátedras enteras, de equipos de investigación, de colectivos de producción intelectual. Vale decir: no se trata tan sólo de los directamente golpeados, lo que ya es suficientemente grave. Es toda la comunidad universitaria (docentes y estudiantes), es toda la práctica vinculada a la creación de saber filosófico la que sufre un empobrecimiento desastroso.
Y este es tan sólo un aspecto. Esta miseria viene a sumarse a las tantas otras miserias permanentes con los que tenemos que convivir, y que en cierto modo hemos “naturalizado”: por ejemplo, la existencia de algo así como un 60 % de docentes “interinos”, no-concursados, vale decir “inestabilizados” por la desidia, el atraso o el desinterés (desinterés bien interesado, en muchos casos) en el llamado y sustanciación de los concursos; las cátedras unipersonales que producen crisis cíclicas ante situaciones comunes como las jubilaciones docentes; la ausencia de más de un teórico; las cursadas maratónicas de 12 horas por ausencia de franjas horarias; la intervención de cátedras con docentes que jamás han trabajado esas áreas del conocimiento; la intervención de concursos (poniéndose ellos mismos de jurados) con los dictámenes más tendenciosos que hayamos visto; el ingreso de sólo 35 personas en el último año y la deserción a granel año tras año; las designaciones a dedo de acólitos en los cargos docentes sin importar la formación; el abuso de poder y hasta el acoso; los micromachismos de todos los días; la ausencia total de diálogo, de logos; el maltrato de formarnos ignorantes.
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Sin embargo –seamos sinceros con nosotros mismos- en general lo estuvimos tolerando. Aunque tenemos nuestras agrupaciones gremiales, nuestros sindicatos y nuestros ámbitos de reunión colectiva, la propia dispersión de nuestra presencia física en la facultad (que en sí misma es una consecuencia del “ajuste permanente”, ya que nuestros edificios no cuentan con los espacios adecuados, en muchos casos ni siquiera los espacios adecuados para trabajar o estudiar), sumado a que estamos obligados a correr de un lado a otro para juntar de manera dislocada el dinero para llegar a fin de mes, y a cierto “individualismo competitivo” característico de la naturaleza del trabajo académico –muchas veces solitario- ha provocado esa “naturalización” del desastre que estamos describiendo.
Pero estamos llegando, al mismo tiempo, al límite de lo soportable. La docencia no es un trabajo de oficina, burocrático, rutinario, donde marcamos el reloj a la entrada y la salida, y de puro tedio nos escapamos a tomar un cafecito cuando el jefe no mira. La docencia es para el docente (primario, secundario o universitario) su existencia misma. Y ello vale también para el trabajo del estudiante. Lo que le pase a la institución por la que transitamos nos pasa a nosotros mismos, en nuestras cabezas y en nuestros cuerpos.
Entonces, ¿nuestras cabezas y nuestros cuerpos van a seguir fingiendo que todo esto es “normal”, que quizá tiene sus problemitas y sus molestias, pero nada que no suceda en cualquier trabajo? No, no podemos. Nuestra dignidad humana y la dignidad de la carrera como institución están en la picota.
La cuestión es, por otra parte, profundamente política, en el más alto y noble sentido de la palabra. Es hora de devolverle a esa palabra toda su altura y su nobleza. De no permitir que se la bastardee para los intereses mezquinos de camarillas semiocultas e irresponsables, que producen estos verdaderos atentados. Es necesario pensar qué carrera, qué Filosofía queremos y cómo puede ayudar (nos) a la sociedad que la sostiene. Para eso hay que organizarse, hay que plantearse objetivos, hay que resolver los problemas que arrastramos desde hace años. De más está decir, que las camarillas no están dispuestos a resolver, como decíamos antes, ninguno de los problemas que nos aquejan.
¿Por qué no están dispuestos a hacerlo? En parte, como dijimos al comienzo, son ellos mismos factores productores y reproductores de la miseria. Por otro lado, hay una segunda dimensión de política aquí “precisa y concreta”. La conducción de Humanidades (tanto a nivel docente, graduado y estudiantil) y de la carrera de Filosofía (a nivel docente y graduado y minoría estudiantil) es hoy una estrecha entente entre sectores llamados kirchneristas, sectores de la UCR y sectores vinculados al PRO. Los que en el plano de la política nacional aparecen como adversarios irreconciliables conforman al interior de la Facultad una bien coordinada sociedad cuya función principal, más allá de los posicionamientos políticos individuales, parece ser la de garantizar la autoreproducción in aeternum de ese círculo de poder, de esa suerte de oligocracia superestructural ajena a la vida cotidiana, material y concreta de las “bases” (y hablamos tanto de docentes como de estudiantes y trabajadores universitarios) que sostienen el trabajo universitario día a día, hora tras hora.
Discutir a fondo cuestiones como la presupuestaria significaría, para este grupo, entrar en estado de potencial conflicto con el gobierno y los partidos o grupos políticos que los sostienen. Eso –que además implicaría una movilización masiva del conjunto de la comunidad universitaria en apoyo a los reclamos– no pueden permitírselo: pondría en riesgo aquella autoreproducción permanente y su aferramiento al poder. No es verdad que en Humanidades haya hoy “democracia”, menos que menos en Filosofía. En los hechos es una ínfima minoría la que está en posición de tomar las decisiones importantes, ya que por ejemplo –en otra vuelta de esta espiral hecha de círculos viciosos– la inmensa mayoría constituida por los docentes “interinos” no tiene derecho a formar parte de los órganos de cogobierno de la facultad. O también –lo que ocurre con cada vez más asiduidad– directamente se pasa por encima de los órganos de cogobierno cuando hay algún sector que puedes introducirles alguna discusión (es el caso de Filosofía). O, lisa y llanamente, los órganos de cogobierno no existen como tales pues están conformados por graduados y estudiantes que funcionan como apéndice de los docentes.
En fin, ¿para qué abundar? Por donde le busquemos la vuelta, la conclusión es siempre, dramáticamente, la misma: Filosofía está en franca crisis. Así, no da para más, y sólo puede retroceder hacia un tobogán de patética decadencia. Hemos llegado al punto en que se nos obliga a decir que lo que sucede es el síntoma de una política de barbarie, oscurantismo y sinrazón. No obstante, Filosofía sigue existiendo –casi exclusivamente por el trabajo apasionado y “a pulmón”, en las peores condiciones, de aquellos docentes, estudiantes y no-docentes que la siguen queriendo pese a todo-. Es nuestra tarea defenderla, allí donde sus desautorizadas autoridades no lo están haciendo (y al contrario, consciente o inconscientemente están contribuyendo a su catástrofe).
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