Los suicidados por la Carrera

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Pero yo sé que hay caballos que se mueren potros, sin galopar.

PR y sus Redonditos de Ricota, La Bestia Pop, 1985.

En esta carrera, de cien caballos, sólo cinco, con suerte, llegarán a la meta. El resto, casi todos, se mueren potros sin galopar. Pareciera que cada muerte se produjera por motivos externos a la carrera. A algún caballo se le quiebra una pata; a otro su dueño le pega un tiro de gracia; uno elige correr otra carrera; a otros, muertos de hambre, los hacen mortadela. De los demás, de la inmensa mayoría, ni noticia. Los afortunados cinco, los felices pocos, logran atravesar todos los obstáculos y superar cada valla. ¿Cuál es su mérito? Probablemente, saber escuchar a su jinete para no dar pasos en falso. O mejor, más que escuchar, obedecer incondicionalmente. ¿Y cuál es la falta de los que no llegan? Ninguna. Si la pista presenta obstáculos mortales, entonces la culpa no será de los caballos sino de la carrera.

Cada compañero o compañera que “deserta” o “abandona” la carrera constituye una muerte más, una “baja” en los registros de la Academia. Verbos como desertar o abandonar, ponen en el acento en quien se fue como si el o ella fueran responsables de su partida. La Academia aparece como un espacio vacío en el cual se puede entrar, salir, permanecer, desertar, es decir, dejarlo tal cual es: un desierto. Un espacio que puede ser abandonado a voluntad, y no un espacio que abandona. No se piensa que la Academia haga algo que pueda ser expulsivo para aquellos que la transitan; no se piensa que detrás de cada suicidio, de cada muerte individual o voluntaria, de cada baja, pueda haber una verdadera masacre silenciosa y anónima. Si la Academia presenta obstáculos mortales, entonces la culpa no será de los “desertores” sino de la carrera.

Podríamos pensar que cada suicidio cotidiano en la carrera, cada número en la cifra de deserción, cada nombre de desertor, es un suicidio durkheimiano, un acto individual que debe ser visto como un hecho social. Como Artaud llamaba a Van Gogh, “el suicidado por la sociedad”, así nosotros podríamos llamar a cada uno de los compañeros y compañeras: los suicidados por la academia.

La Academia cuenta noventa y cinco muertos de cada cien ingresantes; noventa y cinco muertos al nacer. No hay curso de ingreso en Humanidades porque es irrestricto. La única forma en que la Academia se interese por tener un ingreso, es siendo restricto, a modo de acelerar unas cuantas muertes. Para la Academia la casi totalidad de los que ingresan ya están muertos, y como muertos los cuentan.

muertes

Pero, ¿a qué le puede temer un muerto? Más bien los muertos atemorizan, y no hay nada que atemorice más que un muerto vivito y coleando, un muerto que ya no tiene nada más que perder sino todo por ganar. Sin embargo, la mera supervivencia no existe; sobrevivir implica hacer cosas y hacer cosas individualmente es la peor manera de asegurar la supervivencia. Más bien, nuestro modo de sobrevivir es resistiendo colectivamente. Sobrevivimos luchando, organizándonos, construyendo, siendo críticos, subvirtiendo, divirtiendo(nos), transvalorando, desobedeciendo. Los que aún no fuimos suicidados por la Academia queremos que a vos te pase lo mismo.

El refrán dice: “no se menciona la soga en la casa del ahorcado”. Sin embargo, en la casa de los ahorcados, la Academia, nada más atinado que hablar de sogas para que no nos ahorquemos y podamos seguir resistiendo. Porque nunca fue más oportuno el dicho: ¡No está muerto quién pelea.

Martes 17 hs. en la mesita del colectivo (pegada al aula 62)

reuniones abiertas del COLECTIVO de FILOSOFÍA.

¡Sumate, sobrevivamos colectivamente!

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